
Me quedé embarazada con 18 años, de un novio que no quiso hacerse cargo de nuestro hijo. Estaba muerta de miedo y, aunque quise abortar, no pude, porque sentía que algo latía dentro de mí que era más valioso que yo misma, y lo supe desde el primer mes de embarazo. Tuve que pasar por muchos obstáculos y renunciar a muchas cosas: Dejé el instituto, me tuve que poner a trabajar, tuve que dejar de hacer artes marciales, mi madre me hacía la vida imposible, no tenía tiempo de salir con los amigos… La
causa de todo eso, 21 años después, está estudiando una doble carrera, es un joven guapísimo y maravilloso, y se llama Luis. He ido creciendo con él a lo largo de este tiempo, y mirando hacia atrás, no cambio todo lo que no he podido hacer por ser madre, por cada minuto que he pasado al lado de mi hijo. Él me ha enseñado el mayor amor que puede sentir una persona, que es el amor de una madre. He aprendido a ser fuerte a su lado, y él es la gran obra de mi vida. Ahora, 21 años después, soy funcionaria y Gestora de un Departamento universitario, estoy estudiando una doble carrera en la que mi hijo coge los apuntes cuando yo no puedo ir a clase (ambos estudiamos juntos), puedo hacer
taekwondo (y mi hijo es mi compañero de gimnasio) y tengo la sensación de que tengo a mi lado el mayor apoyo y una persona que me va a querer siempre de forma incondicional.
Esther Granada Millán
Sevilla
(Publicado en Alfa y Omega)
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...
Relacionado
This entry was posted on 08/11/2010 at 15:40 and is filed under Uncategorized. You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed.
You can leave a response, or trackback from your own site.
08/11/2010 a las 19:33 |
¿No es cierto que mientras hay vida, hay esperanza?.
09/11/2010 a las 16:11 |
Maravilloso testimonio.
10/11/2010 a las 9:35 |
Gracias a Esther, por su testimonio maravilloso. Enhorabuena a Luis por tener esa madre. Estas experiencias deben difundirse!!
11/11/2010 a las 21:54 |
He conocido ya bastantes casos, porque me dedico a «rescates». Veo ejemplos de una santidad admirable, como el de una mujer, que vino a preguntarnos cuánto costaba un aborto. Quedó convencida de que no podía matar a su hijo y pasó otda la gestación sin volver, en la calle, sola.
Cuando me la encontré por casualidad, con el niño en brazos, le ofrecía ayuda. ¿Sabéis qué me respondio? Que únicamente quería un trabajo, que era esteticienne y tenía titulaciones, pero que no le importaría hacer de camarera, mujer de la limpieza o cualquier otro trabajo, mientras fuera digno. Quizá tuvo un mal momento con un mal hombre, pero esta mujer es para mí una santa, como Esther.
No puedo hacer otra cosa que descubrirme ante su valor.
19/03/2011 a las 18:12 |
Precioso testimonio!